domingo, 30 de octubre de 2011

Enero, febrero, marzo y tal vez abril

Somos como dos gotas de lluvia deslizándose limpiamente por el espejo retrovisor de un Mercedes, como dos rayos de luz que no viajan a la velocidad necesaria, como dos granos de sésamo dispersos en un panecillo abrupto. Somos dos pétalos esperando formar un trébol par, somos dos incógnitas en una ecuación sin resolver, somos dos lunas en el hemisferio sur. Somos el principio y el fin atado en un mismo sendero temporal. Somos la prematura vida de tu sobrino y la tardía muerte de mi abuelo. Somos la plenitud de una mañana soleada en la estepa castellana. Somos un girasol en un campo de trigo, una montaña emergente en el mar.

Somos el bravo impulso de la noche, la egolatría del cretino, la indecencia del ladrón y el polvo en el rostro ajado del conservador. Somos norte, somos sur, somos este, pero no el oeste, porque eso lo hemos reservado para mañana. Somos la tenue luz de un farolillo descargado, somos el frescor de la mañana en las alcantarillas, somos el vapor de los cristales, la tostada quemada del desayuno, la mermelada casera revenida y el olor a humo de las calefacciones por las chimeneas en octubre. Somos el temblor del inseguro, la manía del nervioso, la caída del torpe, la timidez de lo precario. Somos el impulso reprimido, la caricia imaginada, el beso profundo y la pasión exacerbada. Somos el vértigo ocultado, el heroísmo fingido, la mirada esquiva y el orgasmo escandaloso. Somos la guerra del este, la presunta paz del oeste, la sociedad naciente en el norte, y la decreciente en el sur. Somos ese trozo de queso con pan revenido, esa cita frustrada, esa cena cancelada, ese suspiro exasperado. Somos la arruga en la vida aprovechada, el alma rasgada del traicionado y la mancha del pecador. Somos arte, somos dolor, somos música y amor.

Nos conocimos en enero, en febrero, en marzo y en el abril de las miradas furtivas.


El mundo decepciona. Nosotros no.

jueves, 13 de octubre de 2011

Me pica la garganta

Me pica la garganta.

La saliva desciende como un torrente de agua dulce por mi garganta mientras la inquisidora mirada de la profesora de geología se instaura en mi anodino retrato. ‘Qué visión más espantosa’ parece estar pensando mientras se replantea por qué decidió iniciar su andadura por el tedioso y nada complaciente mundo de la docencia. Tiene los ojos azabaches, cruzados en zigzag por destellos que mi mente dibuja como señales físicas de su inequívoca alma iracunda. Las preguntas continúan cayendo como plomo sobre mi apellido desgastado desde hace ya varios meses. Un monólogo reiterativo al que a los alumnos nos gusta matizar como 'retórico’. Me mira con desprecio mientras se desplaza lentamente de un lado a otro, entre los costados de mi mesa. Pareciera que va a escupir espuma por la boca en cualquier momento, dando lugar al monstruo fantástico que dentro de ella espera, insaciable. Engancha con voracidad uno de mis bolígrafos con esas manos ganchudas, ese garfio arrugado y sexagenario al que le gusta vestirse con guantes de rejilla beige, simulando un redondo de ternera al más puro estilo primera dama reprimida en una sociedad de hace medio siglo que dejó de creer en personas como ella hace demasiados lustros. Repiquetean sus horribles garfios a lo largo del pupitre hasta que de repente, y sin previo aviso, deciden saltar torpes y dudosos hacia la mesa de mi compañero. Hoy ya ha pasado. Ella continúa con su filosofía draconiana mientras nosotros buscamos ese vaivén de los mosquitos invisibles en la mañana que nos despierte de este sueño gris. Es la dura contienda diaria del estudiante sin motivación. Es la búsqueda exasperada del pleito con esa figura autoritaria y amargada que parece no vivir fuera de este manicomio al que llamamos escuela.

Mientras, pasan las mañanas lustrosas de otoño. Mientras, me pica la garganta.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Diario de una pasión

Enero. Copos de nieve se agolpan en las inmediaciones de las alcantarillas de la ciudad, esperando deshacerse sutilmente con el paso de los primeros rayos de sol por las aduanas de las nubes. La abuela comienza a tomarse las medicinas que padre le ha enviado desde el frente. Celebramos la Epifanía sirviendo en casa del señor Mendoza, que intenta abusar de mis dos hermanas durante sus furtivas escapadas a la habitación del servicio, lejos de la mirada altiva de su señora esposa.

Mientras, ella sonríe entre mis ilusiones.

Febrero. La nieve se hace dulce y comienzan las primeras lluvias. La recolección de la fruta se hace absurda, toda ha quedado dañada por el temporal. El señor nos ha reducido el sueldo a la tercera parte porque considera que los empleados conspiramos en detrimento de sus intereses. La abuela empeora porque las medicinas no llegan en su envío rutinario. La señorita Lucía ha despedido a cuatro chóferes en cinco días acusándolos de zafiedad. A mediados de mes el antiguo armario de roble del abuelo, en el que solíamos guardar las provisiones, aparece desolado.

Cada sonrisa suya es una estrella fugaz entre mis pensamientos.

Marzo. Después de pasar quince días sin apenas probar bocado, la abuela muere. Padre sale una mañana en busca de trabajo para poder paliar nuestra situación. Las cosas en la mansión continúan en su línea de majestuosa indecencia. Las criadas se empeñan laboriosamente en su cortejo al recién llegado hijo del Señor, que paga barato sus placeres.

El pulso y el corazón tiemblan al unísono.

Abril. Padre ha desaparecido. Partió en busca de un futuro mejor para los suyos, y ante la imposibilidad de pelear por causas nobles, se dio al juego en un local de alterne para pagar sus propias deudas. Terminó pagando con carne fresca lo que empezó con pellejos.

Soy un cobarde como él. Algún día miraré hacia atrás.

Mayo. Lo enterramos el primero de mayo, entre los primeros atisbos de luna de un domingo nublado. Vivió en la oscuridad cobarde de su propia alma. Siempre le gustó el color negro. Ahora la familia Mendoza me ha despedido. No quieren hacerse cargo de un huérfano que pueda generarles perjuicios sociales. Lucía ha confesado que está encinta de su antiguo chófer. Mientras me alejo de la casa, todavía puedo alcanzar a oir algunos de los gemidos que emite la señorita mientras una matrona le succiona, como si de una mancha se tratase, a aquel ser bastardo que crecía en sus entrañas.

Sigue tan hermosa. Sus gestos de despedida me dejan sin aliento.

Junio. Todas las noches trepo por la barandilla que da hacia el patio trasero y la espero en aquel balcón de madera que podría traicionarme con el vacío en cualquier momento. Tenemos una cita, encuentros prohibidos entre el silencio y las últimas luces del atardecer. La soledad se rasga como una cortina de seda. No necesito nada más. Desciendo por los barrotes de hierro oxidados hacia el descuidado césped trasero de la residencia.

Detrás de esas cortinas, solo pretendo ser la silueta que vele sus sueños y aleje sus pesadillas a golpe de suspiro.

 

Lo fácil es contar los meses. Lo difícil es contar los años que han transcurrido sin que mi alma se aleje de ti. Desde aquel día de invierno, desde aquel vestido de segunda mano turquesa, desde aquellas gélidas y agrietadas manos que sufrían de agotamiento mientras reposaban con calidez sobre tu suave regazo, desde el primer sueño desvelado en diván.

La quiero.

Hoy es nuestro aniversario. Cumplimos cincuenta y seis años de matrimonio. Mientras la enfermera me acerca mi ración diaria de inútil Avastin, medito en mis recuerdos. Soy un náufrago hundido con gloria en el mar de la vida. El cáncer me está devorando las entrañas. Por fin algo ha podido detener mis ansias de vivir, pero no es la enfermedad, sino el propio amor que me consume para reunirme con ella. Hoy, es nuestro aniversario. Hoy hace 18 años que murió. Hoy, la he visto sonreír de nuevo, mientras escapa junto a mí de aquella mansión sombría en la que conseguimos trazar nuestra propia estela de ilusión.

lunes, 3 de octubre de 2011

Alegoría de un sueño

¿Qué es un cuento? Una ficción. Una reiterada patraña para que un pequeño esbozo de lo que un día será un hombre aprenda el valor de algo que ni siquiera tiene sentido ya. De algo que en este tiempo no existe. ¿Una fábula? Ficciones ignominiosas que pierden credibilidad a cada traspié con la vida. Por qué, por qué, por qué no se cumplen, se preguntaba. Porque vivimos en una banal superficialidad que nos arrastra, como el mar hacia sus entrañas. Mientras tanto, el agua sigue deslizándose entre mis tobillos descalzos. La arena había conseguido absorber mis pequeños pies bajo ella, ocultándolos como si de raíces se tratase. Tratando de parecerse a su hermana la tierra, capaz de transformar todo cuanto en ello reposaba en vida pura. Varias algas serpentean no muy lejos de allí, deseosas de poder atarse a cualquier tobillo y recorrer el mundo en sus pies. Fábula. Todo se despierta a mi alrededor. Pequeños sueños entrelazados que buscan tomar sentido. Alguien dijo una vez que somos protagonistas de nuestra propia vida. ¿Es entonces la vida una película, un sueño, una ilusión, un cuento? Con qué derecho damos nombre a algo tan desconocido… Con qué derecho pretendemos idealizar algo que nosotros mismos destruímos…

Por fin he abierto los ojos. Ya no veo el mar, pero el gotelé de las paredes blancas quiere transformarse en copos de nieve. Y lo logra. Ahora soy una ermitaña en un bosque helado de algún punto de Escandinavia. Miro a mi alrededor. Desolación. ¿O no? He podido cambiar este cuartucho por una maravilla que me hubiese costado varios meses de trabajo permitirme. Aquellos que dicen que no pueden volar es porque ni siquiera lo han intentado. Es fácil transformar la vida en un cuento, porque para mí cuento significa imaginación, libertad. Abrir los ojos, y descubrir que de todo aquello ha quedado un poso que incita a vivir con más ganas, a sentir. A no tener miedo por preguntar ni por decir a gritos lo que llevo varios meses callando. O tal vez años.

Salir a la calle y darse cuenta de que la jungla es para los salvajes. Realmente la sociedad es más mansa de lo que aparenta. Pequeños leones amaestrados que pretendemos despuntar mientras recaemos en la cotidianidad. Transgredir no es cambiar el vestir, transgredir es dejar que tu voz fluya.

Por fin abro los ojos. Me ha dado un vuelco el corazón. Dentro de esta torre alada, dentro de esta prisión sagrada, escucho mi voz hablando sobre algo que no puedo llegar a escuchar. Lentamente me dirijo a la ventana. Sendos barrotes acaparan la pequeña cavidad por la que tal vez podría ver a mi amado en un caballo alado cruzando el sendero central. Esperando que le arroje mi larga cabellera para venir a rescatar lo poco que queda de mi azorada alma. Pero el príncipe encantado no llegará nunca. Me doy la vuelta y con un suspiro regreso al lecho en el que he descansado los últimos 20 años. Mi príncipe soy yo. ¿Egocentrismo? No. Simplemente soy una de tantas almas que un día decidió encerrarse en sí misma. Solo yo puedo salvarme. Pero abandoné a mi caballo en el bosque y dejé que la princesa se consumiese en su tediosa espera. Un día elegí. Y opté por el camino sencillo. Y ahora no hay marcha atrás. El príncipe vaga por el bosque en busca de alimento, mientras se siente desfallecer. La princesa se ahoga en silencio entre sus sábanas de seda. Tal vez un día las letras perdonen la cabezonería de las ciencias. Tal vez un día las ciencias comprendan la verídica utilidad de las letras. Tal vez un día al corazón le dé por llamar al timbre a la razón. Tal vez algún día la razón quiera bloquear sus recelos e interesarse por ese órgano desfigurado que quiso gritar. Tal vez. Pero solo tal vez, porque esto es un cuento moderno, y yo solo soy una pequeña niña que un día quiso cerrar los ojos e… imaginar.