jueves, 28 de abril de 2011

Historias de juguete

« Nubes. Nubes blancas. Nubes esponjosas. Nubes de azúcar. Nubes de algodón. Algodón de azúcar… mmm… Nubes. Nubes chilenas, keniatas y tibetanas. Tíbet… Recuerdo el Tíbet. Tenía mesetas (¿eran mesetas?). Bah, no lo sé. Ya no lo recuerdo. ¡Acabo de venir volando! ¡Oh! Ahora estoy en un parque de atracciones… Mira ese niño… ¿Qué lleva, un perrito? Ah, sí… Creo que lo he visto, creo que… sí, es un perrito. Es ese tan famoso que anuncian en Navidad… ¿un perro de juguete que hace pis por las esquinas? No, ese no. Ni siquiera comprendo bien ese anuncio… No, debe de ser otro, otro… Sí, ese naranja que siempre va con Mickey Mouse, ¿de qué me suena? ¿Un ratón que tiene un perro? Quién entiende a los niños… Pero yo fui niño… ¿Cómo es posible que me inculcaran una infancia tan poco consistente? No, conmigo no lo hicieron. Con Espinete (¿Era Espinete?) era todo más sencillo. Pero ahora… ¿Un Gormiti? ¿Qué es eso? No, definitivamente no entiendo nada… Yo no pertenezco a la generación del palillo táctil. A mí el único palillo que me gusta es el del bar con mis amigos. Unas buenas bravas… mmm… ¿Palillo? ¿O era puntero? Para la mierda de cachivaches que crean ahora… ¿Tablets? ¿Pero qué coño…? Definitivamente sí, el niño lleva en sus manos al perrito de Mickey Mouse. “Encantador”, diría mi madre. “Entrañable. Adorable”. Qué imagen tan inocua. Yo más bien diría… “Pues vaya, prefiero al jodido Espinete”. Mira su padre, se acerca, pero se lo lleva en brazos. Caray, no pensé que estos extranjeros fueran tan negados para la diversión, y más aún cuando se trata de la de su hijo. Pero, ¿qué pasa? ¿Una alarma? ¿Una sirena? Eso no parecen los coches de choque. Nadie ha hecho pleno en la diana. El payaso tampoco ha hecho ninguna de sus gilipolleces, aquella señora gorda no puede haber gritado… ¿Qué ocurre? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué gritan ahora? Lo que dicen… ¡Espera! ¡¿Bomba?! ¿Han dicho bomba? ¡¡Madre de Dios!! ¿Pero qué hago yo aquí? ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿¿QUÉ…?? »

BEP. BEEP. BEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEP.

Puto despertador. Pero hoy me has salvado. ¡Uf! Las cinco y veinte de… ¿la madrugada? Voy a la ducha. No han puesto ni las calles, decían por ahí. Pero es que a estas horas no me han fabricado ni a mí. Ni pienso, luego ni existo. “Hola cariño…” Qué mierda es esta que ni siquiera le puedo dar un beso a mi mujer sin que me suelte un guantazo. Al menos ella puede dormir. Maldito el día en que opté por esto. “¡Oh, la profesión de la inspiración, lo más bello que existe! ¡No te quejes, suertudo! ¡Qué eres, un alternativo?” Jodidas macetas de oficina. Al menos no tengo que pelear por obtener la medalla al mayor lameculos de la empresa peleando contra el cactus de la mesa de al lado. Ni tengo oficina, ni despacho, ni sinónimo. Ni cactus, ni cardo, ni mosca cojonera que me mire desafiante desde la mesa contigua, ni jefe de cactus. Por no tener, no tengo ni nombre. “¡Eh, número 3!” Este se cree que ha salido de una jodida película de aviación y yo me creo el jodido Al Capone. Mi jefe no es un simple gilipollas. Llegó a la “s” y dio media vuelta para volver a empezar. Él mismo reconoce que es un “gilipollas, gilipollas, gilipollas”. Que a tu jefe le ponga que le insultes es el punto que promulga el suicidio del trabajador, ya no puedes insultarle. No puedes matarle, secuestrarle, darle una paliza, rayar su A5, o mismamente los testículos. Los tiene de acero. Y no puedes. Manda huevos con los huevones. De tanto pensar en ellos el champú se me ha pegado a las ideas, o más bien al pelo. ¡Oh, vaya, eso significa que ya vuelvo a existir! Qué asco. Repulsivo. Es una sensación que me recuerda a la mierda de mi vida. Se acabó la ducha. Vamos a desayunar. Digo vamos, tú, yo, y mi factura del agua. A este paso la tendré que utilizar para taparme por la noche en mi mansión de deudas. Es victoriana, del XIX, porque mi nómina y mi vida pertenecen al Santander. Elisa sigue dormida. Y pensar que no le he contado nada de esto… Es mejor así. Ella es un seto de oficina al que su capullo de al lado se intentó ligar. A ese sí que me habría gustado romperle la cara. Suerte que un par de semanas más tarde de la quinta encerrona, conseguimos la orden de alejamiento y lo enviaron a… Ah, sí. A Matapolculo del Duero.

Ni una mísera galleta. Solo quedan los cereales de David. Comerle los cereales a tu hijo de 6 años resulta el colmo de la amargura. Soy un puñetero amargado que viste unos vaqueros Levi’s del 89 y unas Adidas del año en que a Naranjito le hicieron la ecografía. Puaj. Si es que no puedo dar más asco, ¡joder!

BI – BIP.

Ese tendría que ser el sonido con el que me coche me recibiera. Sonido que es como un “¡Saludos, Mr. John, ¿Qué destino elegirá para hoy?” y no como el “Hola Juan. Termina pronto que me estoy quedando en las últimas de gasolina”. Un Renault viejo. No me ofrece ni dirección asistida. Lloro. Lloro mucho. “Vida bohemia”. Hay que joderse. En fin. Pongámonos en marcha. Próximo destino: El Infierno Bohemio.

Vaya. Ni un saludo. Ni siquiera un “¡ponte a trabajar!”. Tiene mala cara. Ahí viene. Ya empieza. ¿Qué diferencia hay entre esto y lamer traseros? Que sin duda esto es más deplorable. Debería estar penado por la ley. Estoy seguro. Jodido cabronazo. Aaaaa-boooooo-gaaaaaaaa-dooooooo. Tócate un pie. No hace sus revisiones y ahora me toca a mí hacer el trabajo sucio. Limpiar traseros es más digno que esto. A mí me quedan las manos llenas de mierda todos los días. Vamos allá. Otra vez al parque. A aceptar información de mierda de un gilipollas de 14 años solo porque tengo un playmobil por jefe, pero más feo. ¡¡Un crío de 14 años!! Que vive mejor que yo, hijo del alcalde, con una paga media de 100 euros a la semana… Y tengo que ir a “ofrecerle” 200 euros por asegurarme de que me “conceda” “algo” “confidencial” que destape los chanchullos de su padre. Menuda pieza. Son iguales. Y yo, de conejillo de indias a pasar el trapo por un imberbe trasero de 14 años (¡¡De 14!!). ¿Para qué?

Me preguntan que por qué… Pues veréis… Para que me paguen 700 euros al mes por unas “noticias” que tengo que “conseguir” en diez minutos (después de que el playmobil destroce mi trabajo Decente que me ha llevado toda la noche), teniendo un contrato que lo conocen los gamusinos y que está hecho del mismo material que las nuevas bolsas biodegradables, sin poder preguntar o inquirir a mi entrevistado (¡¡de 14 años!!), resumiendo lo más escuetamente posible para que pueda comprenderlo un crío de 6 años como mi hijo, sin contrastar, y pasando por una censura feroz de mi playmobil.

Esa es la vida. Así es el mundo. Así es este país. La censura en la democracia. Penoso. Y todo ello después de haberme licenciado en una de las universidades privadas más prestigiosas del país. Después de que mis padres hipotecaran su vida por un sueño infructuoso, irrisorio y banal. Después de no poder ni comprar un piso, ni un coche con aire acondicionado en el que David, Elisa y yo podamos ir de vacaciones a la esquina. Después de no ser capaz de hacer frente a las facturas, de no poder tomar un mísero café, de no poder comprarle unas galletas de chocolate a mi hijo para merendar… Después de haberme privado del desayuno durante tres semanas para poder regalarle una rosa a mi mujer por su cumpleaños. Ahora dicen que aumenta el precio de la vida. Yo tendré que morir…

Vivimos en un país bananero. Y nunca me han gustado los plátanos.


Fdo. Un periodista sin pasado ni presente. Y del futuro mejor ni hablamos.

miércoles, 20 de abril de 2011

La apasionante historia de Velén Hestevan

Queridos todos,

Visto que nuestra querida querida querida (reverencia, pero que no se os caiga el chicle) Princesa del Pueblo está perdiendo protagonismo en las televisiones (¡no!), y como España sin bazofia pierde ese toque de asquerosismo -¿había mostrado mi afición por el neologismo barato?- y para inaugurar esta nueva apariencia del blog, qué mejor manera de recabar cierto glamour que contando la verdadera historia sobre la ascensión a los cielos infernales de Belén Esteban. Para ello, y como buen proyecto de periodista, me he documentado arduamente a partir de fuentes tan prestigiosas como Frikipedia o El rincón del vago. Esto tan solo conforma la primera entrega del recopilatorio "Vidas que deberían ser anónimas. Historia de una censura kilométrica", un proyecto muy ambicioso por el cual espero llegar a platós tan ilustres como Enemigos Íntimos o a la mansión de Ortega Cano en Chirona... digo Chipiona. Así que, como tiendo a irme mucho por los ramajes y, sin más dilación, os dejo deleitaros con esta poesía para la vista como es la biografía express de este especimen hinflado en colágeno y rubio platino.
Nota mental y no mental: No me hago responsable de futuras reclamaciones por parte de la SGAE, Espinete, o Leire Pajín.

Érase una vez una jovencita muy dulce y cariñosa que vivía en el barrio de San Blas. Si este suburbio hubiese tenido mar, Maná le habría dedicado una canción a su muelle. Pero no cayó esa breva. Y la muchacha montó en cólera. Pasó de la cara de Fher, su enamorado y vocalista del grupo, al ver que no la amaba por sus aires de niña de azul. Y se enamoró del bolsillo de oro de un famoso (y patético) torero de la época. Este, en su defecto, dedicó a su amada una canción de amor en la que demostró su avaricia proclamando que la quería toa toa toa para él. La joven, al comprobar tal actitud de su enamorado y que éste necesitaba un logopeda, le abandonó, después de haber tenido una hija con el butanero que les cambiaba las bombillas del jardín.

A su nena le llamó Adolfo, pero al percatarse que ese nombre era de varón y que su hija abofeteaba a cualquiera que gritase su nombre, y tras varias vicisitudes, terminó por llamarla Andrea, aunque siempre le quedará la espinita clavada de llamar a su peque Jessy, Jenny, o Yoli. La madre, inocente jovencita en su época, pasó de dicha bondad, al temperamento propio de un imberbe prostituto de la época, que se vanagloriaba por lo bueno que estaba, llamado posteriormente, Tito Mc. Obligaba a la pequeña Andrea a comer pollo sin piedad, y adquirió la diversión y el hábito de sacar la silla a la plaza y cotorrear con un par de cuatro orcoamigas que decían ser amantes de su ex marido. Era imposible entender su idioma de parloteo, sus estudios nulos y su falta de cordura hacían que tuvieran que tomar determinadas sustancias nocivas para mantenerse cuerdas. Un buen día, cuando ambas trío de cuatro se hallaba en tan cruenta lucha verbal, un hombre con gafas, el Intocable (chan chan) de Telecinco, un canal de moda en la época porque no había otro -TVE no cuenta porque lo digo yo- y de risas aseguradas ante tan deplorable espectáculo de circo, de lo que solo se salvaba Humor Amarillo en parte, apareció con sus aires de Yorch Cluni mezclados con la simpatía de Pepe Navarro, y les tendió el contrato, a lo cual ellas respondieron en su idioma particular mascando chicle a dos carrillos y hocico abierto.

Y este es el origen de Belén Esteban en la televisión, donde no deja de referirse a su hija con el butanero, que ya se casó y tuvo familia numerosa, y como está tan mal el negocio, tuvo que dedicarse a nada, se separó de su mujer y se cambió el nombre por el de Fran. Hasta la actualidad, donde se ha casado y descasado varias veces con su choniesposa, que ha llegado tan alto con sus aires de dama de las cavernas, que es más importante que el mismísimo Intocable (Chan chan). ¡Como B. Esteban muera por sobredosis de " insulina" , se acabó el negocio, periolistos! Que el omnipotente nos pille confesaos. Amén.
________________________________________________________________________________________________________________________
Era un domingo en la tarde y fui a los coches de choqueee tiruriruriruriruriruriiiii.

martes, 5 de abril de 2011

Memorias de tu propia vida

1 de abril de 2011.

Ocho y pico de la mañana.

Nos acercábamos con paso ligero, pues llegábamos con retraso, o al menos eso creímos. Pero al arribar a nuestro destino nos dimos cuenta de que no era así. Aún faltaban varios por llegar. Un par de saludos tímidos y alguna que otra sonrisilla en un círculo abstracto cerrado que dejaba vislumbrar inocuas diferencias entre los grupos que esperaban, pacientes, subir al autobús. Francamente, no supe cómo comportarme. La actitud dubitativa suele jugar malas pasadas y actuar en tu contra, dibujándote como un borde o asocial ante los demás. Ni siquiera sé cómo afrontar todo lo que os quiero relatar.

Soy consciente de que voy a tocar uno de los temas de mayor debate social actualmente y desde ya hace unos años. Pero eso no me preocupa. Si no comenzamos por aniquilar ese pavor inicial al manifestarnos tal cual somos, nos negaremos a nosotros mismos y acabaremos por no ser nada. Serás Fulanito de Tal, y punto final. Nadie recordará lo que defendiste, ni lo que criticaste, ni por qué luchaste. Ni a quién quisiste, ni las obras que realizaste a favor y apología de ese ideal. Es muy triste carecer de motivaciones que desarrollen tu vida. Pero al fin y al cabo somos libres para elegirlo, y esto no pretende ser un ensayo sobre tal materia. Lo que busco es tan sencillo como explicar algo muy complejo que experimenté y para lo que no existe término alguno que se asemeje. Una dantesca antítesis que ya comienza a frustrarme, la ansiedad por escupir palabras sin sentido es peligrosa. Por tanto, intentaré mantenerme lo más fiel posible a esta experiencia que tan grande me queda.

Retomemos. Eran las ocho y media de la mañana y el grupo ya estaba al completo. Una vez preparados en nuestros respectivos asientos, el autobús partió, dejando tras de sí un halo de humo gris y olor a combustible que marcaba la estela de nuestro camino gris sobre el asfalto. El sol comenzaba a alzarse tras las sinuosas curvas de la meseta leonesa, alto, más alto, cada vez más alto. Se notaba el paso de la mañana sobre los campos brillantes abrazados por el calor solar que los inundaba. Vivo en un mar de secano. Un mar de secano que se llama León. Un paraíso escondido en el noroeste de la península Ibérica, para unos conocido, para otros no tanto. Un pequeño retazo de paraíso al que muy pocos saben sacar provecho. Me consideraba una Alicia, en un rincón de Maravillas celestes, blancas, plomizas. Esa multiplicidad de colores que a través de la ventana se alejaban, pero que persistían en la mente como significados persistentes y propios, con mayúsculas.

El viaje continuaba. Risas y silencios, sucintas conversaciones o amables diálogos entre aquellos que ya eran prácticamente hermanos. Sumiéndome en el ambiente del autobús conseguí abstraerme de mi realidad subjetiva y salir hacia la Realidad. ¿Qué es la Realidad? La película Matrix se enfrenta a esta incertidumbre aparentemente tan sencilla, pero tan complicada de resolver. ¿Existe la Realidad? ¿Pero y si todo lo que crees real resulta fraudulento? Quizá tú, que lees esto pienses que tu visión es la correcta, aunque se contraponga a la de tu compañero. Él pensará lo mismo que tú. La pluralidad de mundos y de perspectivas individuales como consecuencia de la Libertad humana, con mayúscula, es la paleta que da color a nuestras vidas. Enriquece nuestros sentidos con numerosas perspectivas de un mismo punto. Pero a esto volveremos después. La cuestión es que creí sumirme en aquel Algo común –Realidad es un término peligroso, ya no entendiéndolo como lo material, sino la realidad abstracta que habita en nuestro pensamiento- que envolvía nuestro espacio vital aquella mañana. Destruí aquella macroestructura de prejuicios propia y me propuse aquel día comenzar a construir un nuevo edificio, esta vez por la base. Personalmente, era algo que me exigía el corazón. Una necesidad exenta de intereses, un impulso que me decía que algo en mí debía cambiar. Se trata de una de esas escasas situaciones en las que el ser humano se ve cegado en un camino unidireccional, sumido en una pesadumbre que le impide ver que el camino concluye en un precipicio abisal. Pues bien, es en aquel momento de hundimiento emocional, en el que contemplas mil manos tendidas hacia ti sin poder estrechar ninguna. Cuando tocas fondo, nadie puede ayudarte. En ocasiones es prácticamente imposible salir de aquel pozo, pero cuando todo parece imposible, algo hace que aparezca una nueva bifurcación en el sendero, que te conceda la posibilidad de elegir y salvarte de nuevo. Carcajéate de la melancolía, porque lo has conseguido. Pero en aquel momento quedaba mucho por hacer. ¿Es posible llevar a cabo tal cambio en un solo día?

El viaje continuaba. Nos dirigíamos a tierras palentinas, tierra de campos, tierras de vida. Yo seguía ensimismada en aquel intento por abstraerme de mis pensamientos e intentar captar y sentir a los que me rodeaban. Y fue entonces cuando lo sentí. Sentí todo aquello que desprendían los demás. Las preocupaciones se habían esfumado como por arte de magia. En un primer momento, el pavor me inundó, pero poco a poco me fui recostando sobre el asiento y dándome cuenta de que no todo es lo que parece ser. Aparentemente, me hallaba en aquel asiento callada, con cara de póker y contemplando el paisaje que desfilaba ante la mirada impertérrita de aquel vehículo violeta. Aparentemente no iba haciendo nada. Aparentemente. El desconocimiento nos lleva hasta las latitudes más sombrías. Y cada vez me daba más cuenta de ello. El viaje continuaba, villa romana de la Olmeda, Frómista, catedral de Palencia, monasterio de Trapa… Cualquiera os contaría las maravillas turísticas que tuvimos el gusto y el placer de visitar. Pero para ello están las guías. Y tampoco es lo que me interesa. No quiero contaros nada de ello, son paraísos que merecen ser visitados y no contar sus maravillas, sino guardar celosamente sus atributos.

Lo que me interesa es la Experiencia ya mencionada. Aquellos muchachos con los que viajábamos. Lo que en principio consideré como un experimento, se transformó en una maravilla. Para un proyecto de periodista como yo, que aún estoy por desarrollar, la vida es mucho más bohemia que para aquellos que ya conocen las desavenencias del oficio. Por ello y aprovechándome excesivamente de la parte que me toca, me atreví a contemplar. A contemplar dentro de todos y cada uno de esos chicos que paseaban por los jardines del monasterio trapense, o que retaban a los chavales del Seminario Menor de Palencia al ping pong sin demasiado éxito, o que contaban chistes intercalados con canciones en ucraniano o yo qué sé qué idioma exótico… Para aquellos chicos más o menos de mi edad, que son seres humanos normales. Y a lo que me acabo de referir no es una chorrada, sino algo muy importante y que muchas veces se nos olvida. Son personas, como nosotros, como tú y como yo. Quizá más que nosotros. Y me fascinó compartir el día con ellos. En más de una ocasión tuve ganas de echarme a llorar. ¿Por qué? Pues no lo sé. Tal vez porque la vida no es como la pinta la mayoría, la masa. La vida es algo que no ha de basarse en lo meramente material. Y suena a tópico universal, pero la torpeza y el nerviosismo me están matando. No sé cómo explicar eso tan grande que sentí junto a ellos. Es increíble comprobar cómo muchachos tan jóvenes poseen una vocación tan fuerte y se encuentran arraigados a algo tan potente. Sus risas y sus bromas te llenan, su presencia te hace olvidar lo que tanto te hizo llorar. Fascina comprobar que en el mundo quedan personas como ellos, que se han marcado un camino y están dispuestos a seguir hasta el final, sacrificarse, y ofrecer su vida por ello. Y en estos momentos tengo el corazón a un millón por hora. La torpeza de no saber cómo expresar todo esto que siento me abruma. Es una sensación de plenitud difícilmente explicable. Es tranquilidad y alegría. Es calma, es paz. Es encontrarte contigo misma y darte cuenta de que lo que creías que era Todo solo es una Parte de la complejidad de la vida. Es comprobar que aunque la mesa cojee, hay mil y una formas de restaurar la pata coja. Es un sentimiento. Es una emoción. Es algo rápido, muy rápido. Bum, bum, bum. Ganas de correr. De llorar, de reír. Ganas de ayudar. Ganas de transmitir a los demás aquello. Ganas de compartir. Ganas de ser. Ganas… De vivir.

Cuando lo que muchos consideran un trabajo u ocupación se transforma en el contexto y en la finalidad de tu vida… Cuando todo lo que llevas a cabo lo realizas en función de, por y para ello… Cuando rompes los moldes sociales, el qué dirán y te rebelas contra ti mismo… Cuando resuelves tus propias preguntas y enfrentas la vida… Solo puede haber vocación. Y de lo que estoy hablando es de un grupo de seminaristas de León con el que pasé uno de los mejores días de mi vida. Al margen de las creencias de cada uno, creo que todos deberíamos experimentar algo así. La vida no es como la pintan en una película de Tarantino, o en esa canción de Guns and Roses. La vida no se cuenta. La vida se pinta y se colorea. Se disfruta y se exprime. No entiendo mucho de liturgia, ni de Sinópticos, ni de Mariología, o más bien nada. Pero entiendo de vocación. No puedo contaros mucho más. Mi bolígrafo escribe por sí solo. Mi mente está desactivada desde hace rato.

Porque en ocasiones, las mejores entrevistas no se hacen a golpe de pregunta,

Bienvenido a la película de tu propia vida… donde tú escribes el guión.