martes, 8 de noviembre de 2011

Martes ocho de noviembre

Ocho de noviembre.

Martes. El cuarto día más pésimo de la semana. El primero, el lunes, el peor por excelencia al ser el cabecilla de la banda del patio más apática y usual: la semana. Esa que te secuestra entre sus funestos días, pide un rescate a tu mente y extorsiona a tu cuerpo. A continuación, el domingo, el Sancho Panza del quijotesco lunes. Su esbirro, su Colagusano, Robin, el segundo plato gélido y calcinado, testigo de despedidas puntuales, y de puntos finales. El que concluye y ensalza a su caudillo Lunes, Sherlock. El que te dispara mientras suplicas clemencia. Elemental mi querido Watson. El tercer puesto es para el miércoles. Amado y vituperado. Por ser la incisión semanal, esa amputación racista entre los primeros y los últimos. Este te ata de pies y manos mientras gritas desbocado una salvación. Viernes. El viernes es la salvación repentina o la tardía oportunidad de rescate. Puede acudir en tu ayuda a modo de dispositivo, junto con el sábado, si es así, habrás tenido suerte. También puede llegar oculto, a deshora y limitarse a reunir los despojos de lo que fuiste. El martes. Martes es un día de estos de monotonía absurda, un día de relleno, una jornada ignominiosa que permanece en la semana como un emigrante, como un día de adaptación. Es un secuaz más, pero de esos que permanecen en la puerta, vigilantes y aparentemente ausentes, esperando recibir órdenes o comprobando qué se mueve por fuera. Pareciera que existe y desaparece a la vez. Martes y jueves hacen una pareja perfecta. Alfa y omega. Paralelos y pares.


Ocho. Un número muy discriminado. Muy poco favorito en las mentes infantiles. Rivaliza con el cinco en pareados odiosos, pero no en celebridad. Físicamente un reflejo de lo que siempre ha sido. Algo ignoto, anónimo. Un cero al norte que un día se agachó a contemplarse y ahí quedó, mirando su reflejo en el lago… Dos ceros unidos por sendas circunferencias tan frágiles como el batir de alas de una mariposa multicolor en medio de una jauría de murciélagos. No supo aspirar a más. Su gemelo, en cambio, el nueve, logró inspirarse en el vencedor, el uno, el triunfante. Al contemplarse en el lago, en cambio, logró que su sur se transformase en una oportunidad, en una preciosa semejanza a aquel rígido y poco amigable capitán. Y el cero tuvo un bastón en que apoyarse.


Noviembre. Un mes de poco cambio y expectativa. Insoportable y fatigoso. Muy terco, permanece ahí, interminable, aunque intentes desertar te encontrará.


Noviembre es inamovible. Sin embargo, el fulgor repentino del nueve está empezando a aparecer detrás de las montañas. Aún así, se verá contrarrestado por el gigante portero de discoteca Miércoles, que se yergue como un titán intolerante con la humanidad. Mañana será un día más, estable y monótono. Eclipsado por momentáneos y culminantes instantes y denigrado por otros tantos. Este es tu horóscopo para mañana, miércoles nueve de noviembre.


Pero de momento… Hoy es martes ocho.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Invisible

Ágil, veloz, ligera, rápida. Sinónimos de lo que has sido siempre. Un fulgor repentino, una brisa huracanada. Naciste hace mucho tiempo, pero lo hiciste entre las sombras. Entre las sombras de las otras. ¿De quién? Pues de quién va a ser. De las demás niñas, de las demás mujeres. Cuando tu carita pueril aún no había experimentado el daño de una bofetada, cuando tu inocente corazón creía que un príncipe azul llegaría en su níveo corcel alado para rescatarte de… De los fantasmas del pasado. Cuando sustituiste el caballo por la moto y la moto por el coche. Y aún así, príncipes y príncipes desfilaban ante ti, pero ninguno iba a buscarte. Mientras lustrosos caballos, impolutos autos y rutilantes hombres rescataban a las otras, tú seguías de pie, detrás, en doble fila y mal aparcada. Se te pasó el ticket de la O.R.A. y tuviste que resignarte a volver. Maldita suerte la tuya.

Perteneces a un tercer tipo de mujer. Oculta, camaleónica, de piel de cera, que aguarda sigilosa y con cautela, sin esperar nada, porque nada se ha convertido en tu apellido. En ocasiones desearías echar a volar y emigrar. No volver. Pero siempre está ahí esa maldita esperanza que te hace recapacitar. Una brisa, un halo… algo que te susurra al oído… “Quédate”.